viernes, 21 de mayo de 2010

La caída de Pérez Jiménez, vista por Manuel Felipe Sierra



El año 1957 decide el destino de Marcos Pérez Jiménez. Nadie podía imaginarse que en sólo doce meses se acumularan eventos suficientes para liquidar una dictadura que a ojos vista gozaba de buena salud. Los primeros días del año, el dictador recibe el abrazo entusiasta de empresarios y representantes de las compañías petroleras. Caracas es una rutilante vitrina que vende una sensación de progreso y envidiable esplendor. Una ronda de nuevas concesiones garantiza cuantiosos ingresos y la complicidad del capital internacional. Las Fuerzas Armadas, modeladas en sintonía con el proyecto de Pérez Jiménez, se declaran leales a éste.

La dirigencia de los partidos políticos permanece en el exilio o en las sombras. Después de años de paz dictatorial el debate político es un tema para soñadores trasnochados. ¿Podía el tema de la sucesión presidencial consagrada en el artículo 104 de la Constitución despertar el interés colectivo? En la Venezuela de entonces la mayor exigencia era el trabajo, el ascenso personal y la construcción de una nación que masajeaba el orgullo patriótico. Era natural que Pérez Jiménez le atribuyera escasa importancia al asunto. No cabe duda, que de haberle interesado tenía tiempo suficiente para crear las condiciones necesarias, que sin mayores traumas, le permitieran su perpetuación en el poder.

¿Existían organizaciones capaces de convertirse en su contraparte? ¿Qué oferta podía ser electoralmente más tentadora que la que ofrecía un régimen cuyas obras materiales se tenían como ejemplo en el mundo entero? ¿Con censura de prensa y el miedo sembrado por la Seguridad Nacional existían espacios para una fuerza opositora? ¿Si en aquellos días las encuestas se hubiesen utilizado como instrumentos válidos para medir las tendencias de la opinión, quién dudaba que estas serían favorables al régimen?

Pasaban los meses y el tema era diferido en la agenda de Miraflores. Sólo el 4 de noviembre se presentó al Congreso Nacional un proyecto que contemplaba el mecanismo del plebiscito. La fórmula bonapartista se ejecutaría en solo mes y medio (el 15 de diciembre fue fijado para la consulta), para obviar de esta manera la complejidad de un proceso electoral convencional. Pero además, ¿dónde estaba y quién representaba a la oposición?

En el subsuelo del país, sin medios de comunicación, sin mítines, marchas ni la promoción de liderazgos, en el más absoluto secreto se fueron activando fuerzas a favor de un cambio, que estimulaba la opción democrática frente a la prolongación de la dictadura. Ese y no otro era el dilema. A lo largo de ese año fueron rodando en cascada diversos hechos que confluían en un objetivo común: el derrocamiento de la dictadura. Los “dirigentes históricos” en el exilio definieron líneas unitarias de acción; la Iglesia se abrió a una activa crítica social; se constituyó la Junta Patriótica; el movimiento estudiantil liceísta y luego el universitario, se convirtieron en vanguardias de luchas; sectores empresariales expresaban descontento; jóvenes oficiales se planteaban acciones subversivas y oficiales del propio entorno presidencial se oponían al continuismo. Al mismo tiempo, se multiplicaban las detenciones de dirigentes o militantes sospechosos de los partidos clandestinos; mientras las calles de las ciudades eran cubiertas por volantes que llamaban a la rebelión. Sin embargo, más allá de la Junta Patriótica no existía coordinación alguna entre los grupos y factores que protagonizaban la rebeldía.

El 15 de diciembre se realizó el plebiscito, que fue ciertamente una sangrienta burla a la conciencia del país, pero cuyos resultados permitieron la reelección de Pérez Jiménez y su proclamación 5 días después como Presidente Constitucional de la República. Las organizaciones que se habían activado meses antes en procura de un cambio se sumieron nuevamente en el desánimo y un justificado clima de impotencia y derrota.

La noche del 31 de diciembre Pérez Jiménez brindó nuevamente en Miraflores en una fastuosa celebración con las “fuerzas vivas” de la nación; contemplaba un horizonte despejado; acariciaba 2.500 millones de bolívares para profundizar construcciones faraónicas. Horas después dos cazavampiros despertaron Caracas y dejaron caer bombas sobre el palacio presidencial. A los 23 días, como resultado de un mes de intensa conflictividad política y social, Pérez Jiménez nervioso abandonó el país.

En varios foros y conversatorios sobre el ensayo biográfico de Pérez Jiménez que me tocó investigar para las ediciones de El Nacional y Bancaribe me he encontrado con una insistente pregunta: ¿Cómo se produjo ese milagro histórico? Los milagros suelen no tener explicaciones consistentes pero en el caso de la caída de Pérez Jiménez es demasiado claro que ésta fue el producto de una conjunción de circunstancias y factores. ¿Y por qué fue posible la confluencia de ellos? Simplemente, porque la unidad es posible y eficaz cuando se plantea en torno a un solo objetivo, y que además se sabe compartido por la mayoría de la población. En aquellos días el propósito final resultaba inequívoco: acabar con el perezjimenismo.




Manuel Felipe Sierra
Periodista y analista político
GENTIUNO

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